jueves, 1 de agosto de 2013

Un adiós a otro grande

LA GRAN VIAGRA



El Premio Nobel a los químicos del Viagra me alegró tanto como si me lo hubiesen dado a mí. Toda la vida los premios se los han dado a los trágicos, a los que nos hacen sufrir, desde Sarah Bernhardt a Mijail Cherkasov. Jamás a quienes nos dieron goce como Chaplin o Buster Keaton. Ahí está una de las cosas cómicas del Hombre: siempre premia a quien lo hace llorar. Pero esta vuelta, en este Nobel triunfó el principio del placer, dijera el viejo Freud. Y los químicos bien que se lo merecían. Venían desde la alquimia buscando filtros de felicidad hasta que lo lograron.
Bien por todos esos laboratorios que si no existieran no tendríamos agendas ni biromes, ni blocks ni esa publicidad con la cual mantenemos las familias de los escribas de nuestra revista. El Hombre necesita que le cuenten cuentos. Así fue que nació la publicidad, luego de que la gallina nos entregó el primigenio jingle de su cacareo, cuando anunció que había puesto su milagroso producto en el mercado. Atrás de ella vinieron los mercaderes, los verduleros, los vendedores de autos usados, los ministros de Economía, los políticos, porque el Hombre necesita creer en algo para mantenerse en pie.
Cuando yo era niño creía en el cine, mi madre creía en mi padre, mi padre creía en el Gobierno. En aquellos tiempos, ya lo dijo el Pulga, había que creer y/o reventar. Hoy, hay que reventar nomás; pero, en fin, esos son problemas de elección y no de erección.
Y al Hombre, desde que surgió en la faz de la Tierra lo primero que le preocupó fue su erección. Inmediatamente el Ñato Neanderthal y el Coco Cromagnon comprendieron que si no se paraban en dos patas jamás les iban a hacer un monumento y que si seguían caminando en cuatro cuando mucho ocuparían la parte de abajo de dicho monumento. A lo más les harían un busto, pero esto les sonaba algo femenino a aquellos viejos varones del Paleolítico. De ahí que empezaron por gatear esforzadamente hasta que pudieron ponerse de rodillas, y así erguidos, se hicieron religiosos y rogaron por su erección en las más diversas formas. Una de ellas fue el Obelisco que lo tengo allí en la ventana de la Revista y no me deja mentir. ¡Qué Obelisco! Debe ser el más osado en todo el mundo: tiene de todo. No sólo esas enormes esferas, por demás alusivas, sino esas fieles guardianas de nuestra Constitución, verdaderas Misses Universo del Fisicoculturismo Democrático. Los obeliscos de París o Buenos Aires al lado del nuestro son inocentes bebés de pecho.
A comienzos de siglo, para abreviar, se nos vino el Positivismo. El Hombre empezó a dejar de lado aquella postura religiosa, decidió pararse de patas y hacer realidad todas aquellas fantasías. La publicidad y la ciencia lo ayudaron. Pronto la prensa dio cuenta de milagrosos productos como: Jerez Lukol-Afrodisíaco. Gran vino de Johimbina-El mejor remedio para combatir la debilidad genital y la neurastenia sexual. Miles de referencias de curas maravillosas.
En fin, por aquella época, ¿quién iba a andar por allí bocinando sus insuficiencias como para que alguien le diese referencias?
Pero de todos modos siempre era mejor que entrar a comprar el cinturón electromagnético Electromart y recibir la mirada cachadora ya repugnante del vendedor tratando de adivinar si lo que uno tenía era: debilidad sexual, neurastenia o impotencia.
También podía curarse con Oxydonor, que además de todo lo otro curaba: nerviosidad, reumatismo, sífilis de la sangre, del estómago, catarro, fiebres, anemias, parálisis, enfermedades del hígado, los riñones y otras no mencionadas.
Y por qué no tomar las Grageas potenciales del Dr. Soivre que «más que un medicamento son un alimento esencial del cerebro, médula y todo el sistema nervioso, aumentando el vigor sexual. Indicadas especialmente a los agotados en su juventud, a los que verifican trabajos excesivos, tanto físicos como morales o intelectuales, deportistas, hombres de ciencia, financieros, artistas, comerciantes, industriales, pensadores»(!).
Aunque había quienes preferían las Perlas de oro de D'Eolty que curaban «rápidamente y en el acto no sólo la impotencia y la falta de vigor sexual, sino la espermatorrea, pérdidas seminales, vértigos y trastornos nerviosos para las mujeres».
Como ven había para todos los gustos. Existía quien prefería entrar a taller, como lo hacían quienes concurrían al Instituto Electrotécnico donde le enseñaban «todo lo que Ud. debe saber de impotencia (debilidad sexual)».
Pero tal como lo demuestra este bien merecido Nobel al Viagra ni la ciencia ni la publicidad se hicieron en un día. Necesitaron de muchos pioneros como estos honestos, valientes, generosos hombres que ofrendaron lo mejor de su ingenio y capacidades, para que el niño que habita en cada hombre pudiese gozar y soñar sin importarle su Edipo y aquellos felices tiempos que vivió con mamá, antes de conocer a papá.

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